John Dewey (1859-1952)
Psicólogo, filósofo y pedagogo
Estadounidense. John Dewey fue uno de los grandes críticos del sistema
educativo Norte Americano. Su teoría estaba basada en el “aprender haciendo”,
él pensaba que se debía relacionar el aprendizaje con la experiencia, por eso
era un gran enemigo de la escuela tradicional y de la educación basada en la
memorización.
Fue el filósofo Norteamericano
más importante de la primera mitad del siglo XX. Desarrolló una filosofía
basada en la unidad entre teoría y práctica. Para él la Democracia era
libertad; dedicó prácticamente toda su vida a elaborar una argumentación
filosófica para fundamentar esta afirmación y aunque nunca dejó de enseñar
filosofía, sus opiniones filosóficas llegaron más bien a través de obras
destinadas a educadores, ya que, según Dewey, existe “una estrecha y esencial
relación entre la necesidad de filosofar y la necesidad educar”. Sus esfuerzos
por dar vida a su filosofía en las escuelas tuvieron ciertas controversias, las
cuales han llegado hasta nuestros días como fallos en el sistema escolar
Americano. Su mujer Alice Chipman, que fue alumna suya, fue quién más le
influyó sobre sus estudios de pedagogía, ella era maestra; fue al casarse
cuando Dewey empezó a interesarse activamente por la enseñanza pública. Es el
creador de lo que se denominó “una escuela experimental” para poder poner sus
ideas a prueba. Durante su estancia en Chicago (1894-1904) es cuando elabora
los principios fundamentales de su filosofía de la educación y cuando empezó a
proyectar el tipo de escuela que requerían sus principios.
Dewey pasó gradualmente del
idealismo puro al pragmatismo y al naturalismo, muy basada en la biología
evolucionista de Darwin y en el pensamiento pragmatista de William James y
cuestionaba los dualismos que oponen mente y mundo, pensamiento y acción, que
habían caracterizado a la filosofía occidental desde el S.XVII. Defendía una
teoría del conocimiento basada en “la necesidad de comprobar el pensamiento por
medio de la acción si se quiere que este se convierta en conocimiento”. Sus
trabajos sobre educación estaban centrados principalmente en estudiar las
consecuencias que tenía su instrumentalismo para la pedagogía y comprobar su
validez mediante la experimentación. Estaba convencido de que muchos de los
problemas de la práctica educativa de su época se debían a que estaban
fundamentados en una epistemología dualista errónea, por lo que decidió
elaborar una pedagogía basada en su propio funcionalismo e instrumentalismo. Decía que tanto adultos como niños son seres
activos que aprenden de su enfrentamiento con situaciones problemáticas y a
través de la propia experiencia. Afirmaba que el niño que llega a la escuela
“ya es intensamente activo” y no una pizarra en blanco; cuando el niño empieza
su escolaridad lleva en sí cuatro impulsos innatos: comunicar, construir,
indagar y expresarse de forma precisa. También lleva intereses y actitudes de
su hogar, de su entorno y del maestro es la tarea de utilizar esta “materia
prima” orientando las actividades hacia “resultados positivos” (Mayhew y
Edwards, 1966, pág. 41). Pero estas conclusiones teóricas tuvieron poco impacto
en la pedagogía.
Según Dewey, las personas
consiguen realizarse utilizando sus talentos, considera que la función principal de la educación es
ayudar a los niños a desarrollar un “carácter” –conjunto de hábitos y virtudes
que les permita realizarse plenamente de esta forma y afirmaba que las escuelas
norteamericanas no cumplían adecuadamente esta tarea. La mayoría de las
escuelas empleaban métodos muy “individualistas” que requerían que todos los
alumnos leyeran los mismos libros y recitaran las mismas lecciones. En estas
condiciones, se atrofian los impulsos sociales del niño y el maestro no puede
aprovechar el “deseo natural del niño de dar, de hacer, es decir, de servir”.
(Dewey, 1897a, pág. 64).
Dewey declaró explícitamente
sus objetivos didácticos, que se hicieron realidad en la práctica diaria de los
maestros con los que trabajó. Dewey, al igual que el más acérrimo de los
tradicionalistas, valoraba el conocimiento acumulado de la humanidad y quería
que en la escuela elemental los niños tuvieran acceso a los conocimientos de
las ciencias, la historia y las artes. También quería enseñarles a leer y
escribir, a contar, a pensar científicamente y a expresarse de forma estética.
En lo que se refiere a los temas de estudio, los objetivos educativos de Dewey
eran bastante convencionales, sólo sus métodos resultaban innovadores y
radicales, pero esos objetivos, por convencionales que fuesen, estaban
claramente enunciados. Por importante que fuera la Escuela como campo de
experimentación de la psicología funcional y el pragmatismo de Dewey, todavía
fue más importante como expresión de su ética y su teoría democrática.
La filosofía de la educación
de Dewey fue objeto de un fuerte ataque póstumo durante el decenio de 1950 por
parte de los adversarios de la educación progresista, que le hicieron
responsable de prácticamente todos los errores del sistema de enseñanza pública
norteamericano. Aunque sus consecuencias reales en las escuelas de los Estados
Unidos fueron bastante limitadas y los críticos conservadores se equivocaron al
asimilarlo a los progresistas, a los que el propio Dewey había atacado, se
convirtió en un cómodo chivo expiatorio para los “fundamentalistas”,
preocupados por la disminución del nivel intelectual en las escuelas y por la
amenaza que esto suponía para una nación que se encontraba en guerra fría
contra el comunismo.
Aunque tal vez haya en cada
distrito escolar norteamericano por lo menos un maestro de la enseñanza pública
que ha leído a Dewey y que trata de enseñar siguiendo sus principios, sus
críticos han exagerado su influencia. Su legado reside menos en una práctica
que en una visión crítica. La mayoría de las escuelas están lejos de ser esos
“lugares supremamente interesantes” y esas “peligrosas avanzadillas de una
civilización humanista” que él hubiera querido que fuesen (Dewey, 1922, pág.
334).
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