martes, 20 de enero de 2015


John Dewey  (1859-1952)

Psicólogo, filósofo y pedagogo Estadounidense. John Dewey fue uno de los grandes críticos del sistema educativo Norte Americano. Su teoría estaba basada en el “aprender haciendo”, él pensaba que se debía relacionar el aprendizaje con la experiencia, por eso era un gran enemigo de la escuela tradicional y de la educación basada en la memorización.

Fue el filósofo Norteamericano más importante de la primera mitad del siglo XX. Desarrolló una filosofía basada en la unidad entre teoría y práctica. Para él la Democracia era libertad; dedicó prácticamente toda su vida a elaborar una argumentación filosófica para fundamentar esta afirmación y aunque nunca dejó de enseñar filosofía, sus opiniones filosóficas llegaron más bien a través de obras destinadas a educadores, ya que, según Dewey, existe “una estrecha y esencial relación entre la necesidad de filosofar y la necesidad educar”. Sus esfuerzos por dar vida a su filosofía en las escuelas tuvieron ciertas controversias, las cuales han llegado hasta nuestros días como fallos en el sistema escolar Americano. Su mujer Alice Chipman, que fue alumna suya, fue quién más le influyó sobre sus estudios de pedagogía, ella era maestra; fue al casarse cuando Dewey empezó a interesarse activamente por la enseñanza pública. Es el creador de lo que se denominó “una escuela experimental” para poder poner sus ideas a prueba. Durante su estancia en Chicago (1894-1904) es cuando elabora los principios fundamentales de su filosofía de la educación y cuando empezó a proyectar el tipo de escuela que requerían sus principios.

Dewey pasó gradualmente del idealismo puro al pragmatismo y al naturalismo, muy basada en la biología evolucionista de Darwin y en el pensamiento pragmatista de William James y cuestionaba los dualismos que oponen mente y mundo, pensamiento y acción, que habían caracterizado a la filosofía occidental desde el S.XVII. Defendía una teoría del conocimiento basada en “la necesidad de comprobar el pensamiento por medio de la acción si se quiere que este se convierta en conocimiento”. Sus trabajos sobre educación estaban centrados principalmente en estudiar las consecuencias que tenía su instrumentalismo para la pedagogía y comprobar su validez mediante la experimentación. Estaba convencido de que muchos de los problemas de la práctica educativa de su época se debían a que estaban fundamentados en una epistemología dualista errónea, por lo que decidió elaborar una pedagogía basada en su propio funcionalismo e instrumentalismo.  Decía que tanto adultos como niños son seres activos que aprenden de su enfrentamiento con situaciones problemáticas y a través de la propia experiencia. Afirmaba que el niño que llega a la escuela “ya es intensamente activo” y no una pizarra en blanco; cuando el niño empieza su escolaridad lleva en sí cuatro impulsos innatos: comunicar, construir, indagar y expresarse de forma precisa. También lleva intereses y actitudes de su hogar, de su entorno y del maestro es la tarea de utilizar esta “materia prima” orientando las actividades hacia “resultados positivos” (Mayhew y Edwards, 1966, pág. 41). Pero estas conclusiones teóricas tuvieron poco impacto en la pedagogía.

Según Dewey, las personas consiguen realizarse utilizando sus talentos, considera que  la función principal de la educación es ayudar a los niños a desarrollar un “carácter” –conjunto de hábitos y virtudes que les permita realizarse plenamente de esta forma y afirmaba que las escuelas norteamericanas no cumplían adecuadamente esta tarea. La mayoría de las escuelas empleaban métodos muy “individualistas” que requerían que todos los alumnos leyeran los mismos libros y recitaran las mismas lecciones. En estas condiciones, se atrofian los impulsos sociales del niño y el maestro no puede aprovechar el “deseo natural del niño de dar, de hacer, es decir, de servir”. (Dewey, 1897a, pág. 64).

Dewey declaró explícitamente sus objetivos didácticos, que se hicieron realidad en la práctica diaria de los maestros con los que trabajó. Dewey, al igual que el más acérrimo de los tradicionalistas, valoraba el conocimiento acumulado de la humanidad y quería que en la escuela elemental los niños tuvieran acceso a los conocimientos de las ciencias, la historia y las artes. También quería enseñarles a leer y escribir, a contar, a pensar científicamente y a expresarse de forma estética. En lo que se refiere a los temas de estudio, los objetivos educativos de Dewey eran bastante convencionales, sólo sus métodos resultaban innovadores y radicales, pero esos objetivos, por convencionales que fuesen, estaban claramente enunciados. Por importante que fuera la Escuela como campo de experimentación de la psicología funcional y el pragmatismo de Dewey, todavía fue más importante como expresión de su ética y su teoría democrática.

La filosofía de la educación de Dewey fue objeto de un fuerte ataque póstumo durante el decenio de 1950 por parte de los adversarios de la educación progresista, que le hicieron responsable de prácticamente todos los errores del sistema de enseñanza pública norteamericano. Aunque sus consecuencias reales en las escuelas de los Estados Unidos fueron bastante limitadas y los críticos conservadores se equivocaron al asimilarlo a los progresistas, a los que el propio Dewey había atacado, se convirtió en un cómodo chivo expiatorio para los “fundamentalistas”, preocupados por la disminución del nivel intelectual en las escuelas y por la amenaza que esto suponía para una nación que se encontraba en guerra fría contra el comunismo.

Aunque tal vez haya en cada distrito escolar norteamericano por lo menos un maestro de la enseñanza pública que ha leído a Dewey y que trata de enseñar siguiendo sus principios, sus críticos han exagerado su influencia. Su legado reside menos en una práctica que en una visión crítica. La mayoría de las escuelas están lejos de ser esos “lugares supremamente interesantes” y esas “peligrosas avanzadillas de una civilización humanista” que él hubiera querido que fuesen (Dewey, 1922, pág. 334).